En el tercer piso de nuestra iglesia, en su clase de damas, nuestra maestra Aida, utilizando como referencia 1 Corintios 8:1-13, nos dio la clase «El amor que edifica».

La ciudad de Corinto, como se ha mencionado y descrito en clases anteriores, estaba plagada de muchos males: «Corinto tenía una serie de problemas», dijo la maestra. Fornicación, divisiones, desorden, eran algunas de las dificultades más prominentes en esta iglesia; la cual formaba parte de una de las ciudades más poderosas -económicamente- del Imperio Romano. Sin embargo, en el capítulo 8 de la carta a los Corintios, Pablo expone un problema de gran envergadura. Los cristianos con más conocimiento, comían carne sacrificada a ídolos, mientras que los más débiles en la fe, se veían perturbados por dichos actos. Probablemente estos «débiles» provenían de un ambiente pagano en el cual se realizaba este tipo de actos. La conducta de los que presumían mayor conocimiento era de tropiezo para estos cristianos ya que no consideraban las repercusiones e implicaciones que estas conductas podían tener sobre los creyentes nuevos y menos experimentados que venían de esta cultura.

Somos libres en Cristo, pero no es libertinaje

«Tenemos que tener cuidado, tenemos el conocimiento. Por eso tenemos que cuidar lo que hagamos para no hacer tropezar a otros», exclamó nuestra maestra. En Corintios 8:1 dice: «El conocimiento envanece, pero el amor edifica». La maestra argumentó: «los griegos se enorgullecían de su conocimiento, sin embargo, Pablo dice que más importante es el amor». «El presumir de mucho conocimiento puede ser desagradable a Dios.» «La clave para la vida cristiana no es el tener todas las respuestas, sino el amor», continuó.  «¿Hasta donde llegaríamos, por amor, para no ser de troipiezo para otros?», preguntó. «Somos libres en Cristo, pero no para hacer tropezar al que es débil». «Somos libres en Cristo, pero no es libertinaje», pronunció nuevamente.

«El conocimiento envanece pero el amor edifica» (v. 1). El amor debe ser el don esencial que dirija nuestros actos, tal y como lo exhorta Pablo. «Si Cristo estuviera en nuestra posición, ¿cómo se conduciría ante los menos experimentados en la fe?», preguntó nuestra maestra, al recalcar la importancia de meditar en las repercusiones de nuestros actos. Tenemos que reflexionar sobre el hecho de que hay personas que pueden ser afectadas por lo que hagamos o digamos, y por ende, debo cuidar de no hacerlo caer. Por amor y por no detener su crecimiento, me abstengo de hacer aquello que pueda ser perjudicial en la conciencia de otro (véase 1 Conrintios 8:9-12).

Amado hermano, le esperamos todos los domingos en la Iglesia de Jesucristo El Caballero de la Cruz, a las 9:30am, en la Escuela Bíblica: la espina dorsal de la Iglesia.

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