Escrito por: Marcos González

A un año aproximadamente de haber salido de Egipto, Moisés se disponía a erigir el tabernáculo según Dios le había ordenado.  La presencia de Dios para los israelitas no les era ajena ni mucho menos extraña.  El pueblo había visto en todo este tiempo como la columna de nube y de fuego le acompañaba durante su travesía en el desierto. Sin embargo, el tabernáculo traía un nuevo significado de la presencia de Dios a la gente de Israel.  Este evento representaría que su Dios estaría presente en medio del pueblo; que el Señor mismo moraría entre ellos.  Este lugar de reunión que con mucha minuciosidad se había elaborado, siguiendo el diseño que Dios le había dado a Moisés en el monte, era a su vez una limitación.

El tabernáculo como Santuario requería unos sacrificios que solo un hombre podía presentar a nombre de todo el pueblo.  Esta condición se convertía en una limitación porque, a pesar que la presencia del Altísimo estaba en medio del pueblo, solo el sumo sacerdote (escogido por Dios) era el responsable de presentar sacrificios en el altar para que el Señor perdonara los pecados del pueblo una vez al año.  El Santuario no solo representaba la presencia de Dios en medio del pueblo, sino que también era muestra de redención de pecados.  Pero estos sacrificios se extendían también a reglas externas de estilo de vida que se basaban en el viejo pacto (Lv. 11.2).

El autor de la epístola a los hebreos hace referencia al tabernáculo como un santuario terrenal (Heb 9.1).  En su descripción, el escritor describe dos lugares que estaban en aquel santuario, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo.  Estas dos áreas tenían propósitos distintos.  El primero contenía tres elementos, el candelabro, la mesa y los panes consagrados.  En este lugar, los sacerdotes acostumbraban entrar con regularidad como parte del culto a Dios.  En el Lugar Santísimo se encontraban el altar de oro para el incienso y el arca del pacto, la cual contenía las tablas de la ley, maná recogido en el desierto y la vara reverdecida de Arón.  A diferencia del Lugar Santo, en el Lugar Santísimo el Sumo Sacerdote entraba una vez al año y para esto el mismo sacerdote era responsable de presentarse a Dios sin mancha antes de entrar a ese lugar so pena de muerte (Lv. 16.2).  El tabernáculo, constaba de cortinas color azul, recordando el linde entre la majestuosidad del Dios Santo y la humanidad pecadora.

[quote align=»center» color=»#COLOR_CODE»]Cristo, en su resurrección, entró una sola vez al Lugar Santísimo del “tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho con manos de hombres” que está en el cielo, convirtiéndose en el mediador del nuevo pacto[/quote]

Esta descripción fue utilizada por el escritor para ilustrar cuán inefectivo era este rito, el cual se basaba en la antigua alianza (Heb. 9.9) pero que esto era una sombra de lo que había de venir en “el tiempo señalado para reformarlo todo” (Heb 9.10, NVI).  Este tiempo de reforma llegó con la venida del Hijo de Dios, Jesús.  Cristo se convertiría en el Sumo Sacerdote que no sólo iba a presentar el sacrificio, sino que él mismo iba a ser el sacrificio perfecto.  Así como su cuerpo fue abierto, así fue abierta la cortina del Lugar Santísimo para hacer camino para entrar a ese lugar donde único entraba el sumo sacerdote (Heb 10.19, 20).  En su resurrección entró una sola vez al Lugar Santísimo del “tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho con manos de hombres” que está en el cielo (Heb 9.11, NVI) convirtiéndose en el mediador del nuevo pacto.  Es “mediante la sangre de Jesús, (que) tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo” (Heb 10.19, NVI).

Hoy, los que hemos creído en este nuevo pacto y hemos recibido a Jesús como salvador nos convertimos  en templo de la presencia de Dios.  Los israelitas no solo contaban con la presencia del Señor en medio de ellos, sino que también eran portadores de aquel tabernáculo.  Así como Israel portaba la presencia de Dios entre los pueblos, la iglesia de Cristo lleva su presencia a todo lugar donde va.  La presencia de Dios no está en un edificio (Is 66.1, 2), su presencia está en nosotros a través de su Espíritu.  Nuestro cuerpo ha sido convertido en templo de Dios aun siendo nosotros imperfectos, pero que lavados en su sangre el Señor nos edifica “para ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2.22 RVR 1960).  Como luz del mundo y sal de la Tierra, debemos mostrar su presencia a todos haciendo saber que el camino para la redención de pecados ha sido abierto y que ese camino es Jesús.  Mostremos su presencia y guardemos su templo honrándole y glorificándole en todo tiempo.

 

[quote align=»center» color=»#FF0000″]Mi Casa es Casa de Todos[/quote]